Esta foto es un momento para compartir por su simpleza, por lo que logramos, por su belleza. En la costa del Río Uruguay, volviendo de Misiones, paramos a descansar en Yapeyú. Una costanera acogedora: ceibos, timbó, sangre de drago. Recién había llovido, el verde del pasto contrastaba con el gris del cielo y el aroma a "pasto fresco".
La tormenta había tapizado con flores caídas nuestro paso y Justo cuidaba de no pisarlas: "Pobres florcitas". Tantas flores rojas dispararon mis recuerdos de la infancia entrerriana: pajaritos hechos con las flores del ceibo, efímeros como lo que más perdura en la experiencia. Toda la narrativa infantil se desprendió repentinamente y cobraron vida, anidaron, volaron. De pronto fueron "colibies que comían de la flor", la que había llegado a mis manos de las manos más queridas.
Un tiempo de diálogo y de "conexión", un espacio para jugar. ¿Cuáles son los mecanismos, tal vez de autodestrucción, que ponemos en marcha cuando nos excluímos de estos placeres?? ADULTOS... A JUGAR ... A JUGAR POR PLACER ... A JUGAR PARA REAPRENDER ...
En algún rincón del alma está ese niño que juega, y que sale más allá de nuestros enormes esfuerzos por adulterarnos.

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