martes, 14 de septiembre de 2010

El valor de las oportunidades

Saber aprovechar cada una de las oportunidades que nos da la vida para aprender marcará nuestro destino. No hacerlo, también.
El privilegio que tenemos los argentinos de aún conservar un sistema educativo laico y gratuito, que nos da la oportunidad de acceder a escuelas públicas que en todo el país nos brindan el espacio para aprender y enseñar, a pesar de las circunstancias, a pesar de los desencuentros, inclusive a pesar de nosotros mismo es una oportunidad.
El pecado que cometemos los argentinos es maltratar este sistema desde todos sus ángulos, desde todos los participantes. Lo maltratamos cuando no nos hacemos cargo de nuestras responsabilidades como padres, como docentes, como alumnos, como vecinos, como abuelos, como ex-alumnos. Lo maltratamos cuando dejamos pasar los buenos momentos para aprender, no los aprovechamos y tampoco dejamos que otros puedan aprovecharlos. Lo maltratamos cuando mal usamos nuestro tiempo buscándo fantasmas opresores o culpables listos para crucificar, siendo que somos nosotros, cada uno de los habitantes de la Argentina que fuimos, somos o seremos de algún modo partes de este sistema tan vapuleado, tan criticado, tan maltratado.
Sin embargo, estamos aquellos que desde nuestro rol somos concientes del valor del Sistema Educativo que tenemos y hacemos lo que fuere por aportar, como padres, como docentes, como alumnos, como vecinos, como abuelos, como ex-alumnos. Pequeños grandes esfuerzos que contribuyen día a día a dar vida a este sistema, producto de la ley 1420 y de la visión de una generación, hoy cuestionada, pero eficiente. Cada propuesta pedagógica puede abrir un mundo, si el estudiante está dispuesto a involucrarse de pies y manos en su aprendizaje.
Aquellos dirigentes de finales del siglo XIX tuvieron un proyecto y supieron llevarlo adelante. ¿Qué ocurre hoy? En 1995 y en 2006 promulgamos nuevas leyes de educación suponiendo que cada una iba a superar con grandeza a aquella de fin de siglo. Los resultados son vagos, son inciertos, son paradógicos. La inversión ha crecido, el marco teórico es cada vez más contundente y extendido, la formación docente más accesible, pero el compromiso de las partes, cada vez menor.
Las oportunidades como alumnos, como padres, como docentes, finalmente, como país, pasan, nos abandonan, y vemos que se alejan para no volver. La educación para aprender a aprender, para la autonomía, para la autogestión, para la creatividad y la curiosidad es el mayor bien que nuestro país puede legar a las generaciones venideras. Al menos, la oportunidad.

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