sábado, 17 de marzo de 2012

Ser y parecer un docente innovador

La reflexión sobre el Ser y el Parecer, sobre la Realidad y la Ilusión, sobre la Verdad y la No Verdad incluye la incomodidad, el conflicto, los cuestionamientos al poder, lo cual a los docentes nos genera infinitos estados de ánimo, ninguno cercano a la felicidad.
También Don Quijote de La Mancha sufrió por esta incertidumbre, pero sufrió de amor por la bella Dulcinea del Toboso, producto de la ilusión, quien en realidad era la fea, ruda y muy triste Aldonza Lorenzo.
En la reflexión sobre la profesión docente también nos debatimos entre el Ser y el Parecer: Discursivamente parecemos, pero en la práctica, somos. Los argumentos de la Alfabetización Académica están atravesando los debates, con el desafío de generar espacios para incluir a los estudiantes en la realidad discursiva académicamente pertinente, aunque nos limitamos a que obtengan las habilidades para aprobar los exámenes, presentaciones o entregas en tiempo y forma. La bibliografía plantea la “Evaluación en la perspectiva de la construcción del conocimiento” (Hoffman, 1999: 5), la cual supone reaprender a vivir la evaluación como un proyecto ganar-ganar basado en criterios conocidos previamente por todos los agentes, compartidos, consensuados, no obstante continuamos ejerciendo la evaluación en forma de examen final, práctica retroalimentada por el deseo de estudiantes, y otros agentes implicados, de no salir de la zona de comodidad: pensar, debatir y escuchar resulta siempre incómodo.
La representación con que asumimos la evaluación nos ofrece similares conflictos a que los que vivió Don Quijote: Dulcinea, el discurso circulante sobre la evaluación enriquecedora de la práctica docente con criterios consensuados, que oculta a la fea Aldonza, nuestra práctica evaluativa de reproducción, cortoplacista, fragmentada y burocratizante. Esta Patología Didáctica que nos plantea E. Litwin (1998: pg. 3) nos lleva a colocar en el centro de la acción al futuro examen, por sobre el aprendizaje; situación que criticamos fuertemente en nuestros alumnos, pero a la que hemos creado dándole dimensiones de gesta heróica, en la que el protagonista no es el alumno y sus desafíos cognitivos, si no, nosotros, docentes que ostentamos el poder de aprobar o no.
En el marco de los desafíos académicos para el siglo XXI, claramente se le ha otorgado a las Universidades la misión de formar para la inestabilidad, el cambio y la incertidumbre, situaciones que se resuelven con herramientas de aprendizaje autónomo y pensamiento crítico. Sin embargo, me pregunto, ¿Cuáles docentes son los que están dispuestos a aceptar, gestionar e inclusive propiciar esos conflictos pedagógicamente imprescindibles?
Los parámetros institucionales son los que darán coherencia a la vida académica de los estudiantes, sin los cuales quedarán sujetos a nuestra subjetividad y discrecionalidad. Recibimos estudiantes que durante su vida escolar han sido preparados para la hétero-evaluación y han puesto la responsabilidad por sus aprendizajes en el profesor, y les entregamos esa y otras responsabilidades ya que presuponemos que un estudiante universitario es autónomo, crítico, independiente y eficiente. No obstante, instalamos en el centro del proceso educativo una hétero-evaluación con algunos matices diferentes, lo que contradice el rol adulto que originariamente le asignamos. En este contexto, estos nuevos estudiantes no se alfabetizarán académicamente, si no que volverán a encontrar artilugios para aprobar: los estudiantes harán como si supieran, los profesores haremos como si los estudiantes supieran y la institución asumirá que esos estudiantes saben.
Es nuestro compromiso con el futuro construir herramientas de autonomía liberadoras para gestionar el cambio, capitalizar el error y superar las crisis. Pero no sobre la dicotomía realidad – ilusión ni sobre la contradicción actitudes improvisadas de los docentes y críticas a los estudiantes, sino sobre nuestra propia Alfabetización Académica para esta nueva realidad profesional que promueve la problematización, el cuestionamiento y la reflexión sobre las acciones.
Las decisiones pedagógicas que harán a la evaluación una estrategia dinámica, válida y real para desarrollar el aprendizaje de todos no son responsabilidad de los alumnos, sino del cuerpo de profesores que deberemos recurrir, en algún momento, a la Auto-evaluación, a la Metacognición y a la Autocrítica para que Dulcinea deje de ser una ilusión discursiva.

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